El candelabro enterrado de Stefan Zweig
Un grito de horror, uno solo, desgarró el pecho de los ancianos al ver cómo el símbolo que Moisés había visto, que Aarón había bendecido y que había estado sobre la mesa del Señor en la casa de Salomón, se revolcaba lastimosamente en los excrementos de los caballos, ultrajado con el polvo y la suciedad.
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