El candelabro enterrado de Stefan Zweig
El óvalo escalonado permanecía marmoleo, mudo y vacío bajo el sol de verano. Tan sólo, en la arena, quedaba el olvidado león - los gladiadores habían huido hacia rato junto con los demás -, que, agitando la melena, desafiada al repentino vacío con sus rugidos.
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