El verano en que todo cambió de Sarah Rusell
La adoraba y, además, se parecía tanto a mí, que, si íbamos juntas por la calle, se quedaban mirándonos como si fuéramos madre e hija. Las dos teníamos el cabello castaño, como nuestro padre, y ojos marrones, como nuestra madre, una mezcla de ambos, que se notara que cada uno había puesto su granito de arena a la hora de hacer a sus niñas. |