Lo que hace Sandra Hernández es realmente hermoso: coger una historia con más de 100 años y contarla, de manera fiel pero novedosa, con cuidado y detalles que traspasan las palabras y se evocan en bellísimas ilustraciones.
La novela gráfica eleva la experiencia de sumergirse en una historia de una manera realmente conmovedora.
Leí Frankenstein cuando tenía 15 o 16 años y recuerdo el impacto, cómo me atravesó la historia y aquello oculto entre líneas. Ahora, he tenido la oportunidad de disfrutar de forma distinta. Las adaptaciones lo son, precisamente, para que la obra original se preserve de diferente maneras. Creo que a Mary Shelley le hubiera gustado leer que su doctor también puede ser doctora y que el no reconocimiento de ser madre no borra al hijo, pero sí a la madre.
Creo realmente que hubiera amado ponerle rostro al monstruo que casi no se menciona como aberración sino como hijo, hijo, hijo. Y, como ya ocurrió en 1818, la historia de Frankenstein no deja de contar la historia de la humanidad: lo que ansiamos más que nada desde que llegamos a este mundo, es amor.
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