Otra vuelta de llave de Ruth Ware
Lo había conseguido, señor Wrexham. Había saltado la primera valla. Pero sólo era la primera valla. Todavía tenía que hacer la entrevista, y sin cometer ningún error. Exactamente una semana después de abrir el correo electrónico de Sandra Elincourt, me encontraba en un tren camino de Escocia, haciendo mi mejor interpretación de «Rowan, la niñera perfecta». Me había cepillado el pelo hasta dejarlo reluciente y me lo había recogido en una pulcra y alegre coleta, me había pintado las uñas con esmalte transparente y me había maquillado con discreción, y llevaba mi mejor conjunto de «simpática pero responsable, graciosa pero trabajadora, profesional pero no tan orgullosa como para no poder arrodillarme y recoger un vómito del suelo»: una falda de tweed y una blusa entallada de algodón blanco con una rebeca de cachemira. No era la clásica niñera salida de la famosa escuela Norland, pero, sin duda, era un guiño en esa dirección.
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