Ubik de Philip K. Dick
Rígida en su ataúd transparente, envuelta en emanaciones de vapor helado, Ella Runciter yacía con los ojos cerrados y las manos eternamente levantadas hacia su rostro, que permanecía impávido. Hacía tres años que no la veía y, naturalmente, no había cambiado. No cambiaría nunca, al menos en lo exterior. Pero a cada resurrección a la semivida activa, a cada vuelta a la actividad cerebral, por corta que fuera, Ella moría un poco. El tiempo que le quedaba menguaba por etapas.
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