La colina del almendro de Mayte Esteban
Ellos, desde sus despachos, con su té caliente y su comida preparada en una cocina y no entre el barro, solo jugarán a poner banderitas sobre un mapa y a planear estrategias para que seamos otros los que sintamos las balas o el olor de la podredumbre de la muerte. Ellos no son los que llegan aquí como reses al matadero. Un matadero en el que somos a la vez víctimas y verdugos, en un sinsentido de odio que no alcanzo a comprender.
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