La noche fragmentada de Marti Lelis
Venían siempre calladas, con la mirada suplicante por más que vinieran bien vestidas, las figuras, hombres y mujeres, pocos niños; en raras ocasiones las visitas eran de animales, de preferencia gatos, aunque a veces, pocas, venían perros. Las siluetas eran borrosas y yo no tenía más remedio que prestarles atención a medias porque, en su callado estar ahí, terminaban por ponerme los nervios de punta. Entonces no sabía lo que querían de mí, por qué me torturaban y, ni remedio, acababa por llenarme de pastillas para dormir pasadas con whisky. Me tumbaba en la cama queriendo dejar de ver las figuras que me seguían los pasos: en la calle como silenciosos guardianes de algo desconocido, en la sala de casa, en el baño, al pie de mi cama, mirándome sin descanso hasta que, embrutecido por los fármacos, cerraba los ojos y podía descansar por unas horas, lo que durara el sueño pesado y sin imágenes que dejaba a mi mente a salvo del horror. *** |