Mestiza pone sobre la mesa una realidad que le saca los colores a Canadá. Si bien quizás ha sabido vender una imagen de la Europa de Norteamérica, lo que subyace es otra historia colonialista de puertas para dentro, donde los indígenas canadienses fueron viéndose expulsados de sus tierras y expropiados de todo lo que eran y tenían. Pero, cómo en la mayoría de lugares que hayan sufrido la colonización, no sólo hay colonizados y colonizadores; también suele surgir una minoría a la que ni unos –por verlos casi como traidores– ni otros –porque nunca serán tan blancos tan buenos como ellos– aceptan. El rechazo social también lleva al olvido gubernamental, obligando a estas minorías a vivir aún más en los márgenes si cabe. De esto trata Mestiza, porque eso es lo que es Maria Campbell. Una niña de una comunidad ni blanca ni india, que habitan cabañas en el bosque, que viven de lo cazado y recolectado, que apenas puede escolarizar a sus hijos, que se ven empujados a la bebida, la cual genera violencia de género e intracomunitaria. Y como las desgracias nunca vienen solas, la madre de Campbell muere cuando sus ocho hijos aun son pequeños, y la autora se ve empujada a maternar con 14 años. Como imagináis todo descarrila a partir de este momento, pero creo que es más interesante leer sin saber qué vendrá. El final es una resurrección. Una reconciliación con su pueblo al que va comprendiendo con el paso del tiempo. Una reivindicación de sus derechos. De lucha, de clase y de género. El estilo del libro es muy sencillo, un poco crudo en la forma. Una narración sin artificios. Porque la vida de Campbell no necesita más afectaciones. Un ejemplo de cómo resurgir de nuestras cenizas. + Leer más |