El asesino ciego de Margaret Atwood
¿Por qué tenemos tanto interés en inmortalizarnos? Incluso cuando todavía vivimos. Deseamos reafirmarnos, como los perros que orinan en las bocas de incendios. Exhibimos fotografías enmarcadas, nuestros diplomas de pergamino, nuestras tazas de plata; bordamos nuestras letras en las sábanas, grabamos nuestros nombres en los árboles, los garabateamos en las paredes de los retretes. Todo responde al mismo impulso. Qué esperamos de ello? ¿Aplausos, envidia, respeto? ¿O sencillamente atención, de la clase que sea? Como mínimo queremos un testigo. No soportamos la idea de que nuestras voces se callen para siempre, como una radio que se apaga. |