El retrato de casada de Maggie O'Farrell
Pero el tacto de sus dedos —ha visto que hoy los tiene manchados de verde, manchas irregulares de forma y tamaño, como si la mano fuera un océano tachonado de islas ignotas— le produce en la piel una sensación que nunca había tenido. Es lo opuesto a la convulsión que tuvo anoche: es leve, palpitante, y emite círculos concéntricos de calor que se expanden por el brazo y el cuello. Es suavidad, es atención. No se parece en nada a lo que sintió en la cama de la delizia, ni en el castello, ni aquí, en la fortezza.
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