La prometida del duque de Julia Quinn
—Bésame. A él le relampaguearon los ojos y ella tuvo la impresión, por un momento, de que estaba sufriendo. —Amelia, no. —Por favor. —Le sonrió con el mayor descaro que pudo—. Me lo debes. Él pareció sorprendido y luego divertido. —¿Te lo debo? —Por veinte años de compromiso. Me debes un beso. Él esbozó una renuente sonrisa. —Yo diría que por veinte años de compromiso te debo varios. Ella se mojó los labios; se le habían resecado por la rapidez de su respiración. —Uno bastará. —No —dijo él—, uno no bastaría. Jamás bastaría. Ella dejó de respirar. La iba a besar. La iba a besar. Él la iba a besar y por Dios que ella le correspondería el beso. |