Conferencia sobre la lluvia de Juan Villoro
También me gustaba su boca dura. La boca de una cabrona impositiva que de pronto se relaja con una sensualidad que casi asusta. La fealdad puede convertirse en la virtud para quien sabe tolerarla. Apreciar su boca dura me hacía sentir virtuoso. Además, pocas cosas superan la rendición de una mujer que ha estado de malas todo el día. Es una conquista superior, como descubrir un oasis después de atravesar un desierto. Soledad me brindaba ese efecto de contraste: un placer, largamente pospuesto, casi imposible, surgido de su pésimo carácter.
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