El bar de las grandes esperanzas de J. R. Moehringer
Las palabras organizaban mi mundo, ordenaban el caos, dividían pulcramente las cosas en blancas y negras. Las palabras me ayudaban incluso a organizar a mis padres. Mi madre era la palabra impresa: tangible, presente, real; mientras que mi padre era la palabra hablada: invisible, efímera, convertida al instante en memoria. Había algo reconfortante en aquella simetría rígida.
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