Me vuelves loco de Isabel Keats
Miré la dorada cabeza cubierta por una gorra blanca inclinada delante de mí y comprendí que, a pesar de aquella deliciosa postura de sumisión, era yo el que me había convertido en su esclavo. Era incapaz de negarle nada: Ali podía hacer conmigo lo que se le antojada. De pronto, imaginé las infinitas posibilidades eróticas de aquella idea y una sonrisa lasciva se dibujó en mis labios.
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