Nunca es tarde de Isabel Keats
(…) Te juro, Georgina, que hay veces que me da miedo pensar hasta qué punto mi felicidad depende de ti. —Al ver sus propios temores reflejados en los cándidos ojos verdosos que brillaban llenos de sinceridad, la detective, incapaz de resistirlo más, tomó su rostro entre las manos y depositó un apasionado beso en aquellos labios firmes que tenían el poder de enloquecerla.
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