El lobo de Whitechapel de Iñaki Biggi
Sin perder un instante y utilizando con maestría su hacha, desmembró el cuerpo y arrojó los restos al interior del saco. El torso era demasiado grande y tuvo que cortarlo por el esternón en dos partes. Una vez metidas todas las piezas dentro del saco, lo arrastró por el mojado suelo hasta el borde de la dársena. Diez pasos a su derecha había un montón de piedras, de las que usaban los barcos como lastre cuando tenían que navegar con los depósitos vacíos. Se apresuró a coger varias, las introdujo en el saco junto al cadáver troceado y lo cerró con un bramante. |