La Joven Desaparecida de Hillary Waugh
Cuando el revisor entró al vagón y anunció «¡White River!» y luego avanzó hasta el centro del coche y volvió a gritar «¡White River!», Steve Gregory bajó el periódico y, a través de la polvorienta ventanilla, contempló el paisaje de New Hampshire que se deslizaba ante sus ojos. Los campos recién arados se elevaban y descendían en sucesivas mareas con las ondulaciones del terreno. Había huertos bañados por la luz del sol; aquí y allá una granja con sus graneros y silos señalaba la existencia de seres humanos. Más atrás, las lomas cubiertas de verdor se transformaban en montañas purpúreas. La paz y la soledad que flotaban sobre el paisaje sólo se veían turbadas por el traqueteo del vetusto tren y las densas bocanadas de vapor de la locomotora, que resplandecían y se elevaban lentamente en el aire pesado.
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