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Londres de Henry James
Uno se siente a veces en peligro de ponerse a pensar con cierta mezquindad sobre la personalidad de los hombres. La cantidad, por así decirlo, ha engullido toda calidad, y la perpetua sensación de que otros codos y otras rodillas se hincan en los propios incita un intenso anhelo del desierto. Ésta es la razón por la cual la perfección consumada del lujo, en Inglaterra, no es otra que poseer un "parque", una soledad artificial. Internarse en medio de unas cuantas decenas de hectáreas de hierba tachonada de robles y mantener al gentío a distancia, fuera al menos de la zona de sombra, equivale a disfrutar de una comodidad que por las circunstancias llega a ser muy peculiarmente preciada.
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