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El olor del bosque de Hélène Gestern
Pero más allá de la ausencia y de las preguntas que me atormentaban, ya no podía ignorar que en Madrid había entrado en otro tiempo, en el que se aguarda y se espera, en el que se juega y se arriesga, en el que se acepta que vengan épocas de gracia y deseo, y, quizá también, de desilusión. Un tiempo vivo.
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