Bajo la luna de mayo de Gerardo Meneses
La violencia no tiene vergüenza. Tiene todos los ojos, está en todo sitio. Emerge en bocas y en cuerpos. Nadie se forma sin su presencia. Hogar, escuela, pueblo, monte, ciudad ¿Quién puede afirmar que ya se libró de doña Violencia? Es doña, es milenaria, es hombre y es mujer; es animal. La violencia nace en una palabra, crece en un acto, se reproduce con un fusil. Amiga de la naturaleza, el humano la conoció y se enamoró. El humano ama la violencia. La detesta tanto que la ama. Odiar la Violencia es tratarla con violencia, maldecirla es perpetuarla. El humano dice desear la paz ¿Podemos creerle? ¿Utilizar la violencia para construir paz? Lo cierto es que la violencia vive, palpita, se nutre en cotidianidades de toda índole. Está allá y acá. La violencia también se uniforma, coge las armas, dice luchar por buenas causas pero oscurece todo lo que toca, lo llena de lágrimas. La violencia no tiene compasión. Por algo es violencia, por violenta, por lastimosa, por despiadada, porque desea imponerse, porque el miedo la alimenta, porque el poder la hace delirar. La violencia es un patriarca impulsivo, un borracho violador cuyo corazón está enfermo de violencia. Bajo la luna de mayo cuenta la historia de una familia tradicional del pueblo de Arrayanes, pueblo que no se escapa de la violencia entre grupos armados y cuya familia va a padecerla en carne propia. Esta es una novela perspicaz. Se atreve a ir dibujando la violencia poco a poco. No cansa, pues no contiene sentencias dogmáticas o mensajes moralistas. Se propone insinuar el hecho violento hasta su desenvolvimiento final. Para ello, la historia nos va presentado una realidad llena de leves brillos y de sombras asolapadas. La ilusión adolescente de Claudia, el valor del esfuerzo de su familia por salir adelante se ve interrumpido por presencias que acrecientan el quebranto, las heridas, la pérdida, la muerte. Sueños que se pierden, luces que se apagan. El amarillo que se llena de rojo. Es una novela escrita especialmente para jóvenes que anden curiosos por comenzar la exploración de la violencia armada en Colombia. Claudia se nos hace cercana. Claudia es la adolescencia pujante por sueños trascendentes, pero el obstáculo, el irremediable obstáculo que se presenta para impedirlo, para herir de desconsuelo a la familia y al pueblo. Leí esta novela con mi novia y con mi suegra en la vereda de un pueblo por donde pasó la violencia armada y donde dejó al menos siete muertos y un montón de tristezas. Leerla con ellas fue una experiencia totalmente distinta a las lecturas que se hacen en soledad. Una experiencia brillante en la que nos permitíamos pausar la lectura para narrarnos anécdotas del paso de la violencia por estas montañas. La lectura en conjunto permite que esta sea un pretexto para ir a la memoria, a evocar vivencias de un dolor que aún no deja de sorprender, de desconsolar y de avivar lágrimas. La literatura es encuentro, recuerdo y posibilidad de cicatrización. Vale la pena leer con otros, que tu voz sea el hilo conductor para que el hecho literario le gane a la violencia que todos tenemos dentro. Que la literatura haga una fiesta, que invite a bailar a la violencia a ver qué puede pasar. + Leer más |