El sueco de Gábor Schein
Al contemplar los nombres escritos con letras blancas y doradas, no obstante, el espanto se disipó rápidamente, y el señor Grönewald pensó que los cementerios eran, en realidad, las mejores bibliotecas, llenas de libros no escritos. Como si de una biblioteca solo hubieran quedado las fichas del catálogo o incluso solamente la portada de los libros, nada más. Cada nombre que aparece en la portada remitida una historia, pero esas historias nadie nunca las escribiría. Serían señales del olvido, y tal vez fuera mejor que cada vida fue acogida por el olvido, porque las vidas son indefensas y nada puede impedir que las caras que las examinan con curiosidad dibujen con el tiempo muecas aterradoras.
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