Cancionero de Francesco Petrarca
Lleno de la inefable dulcedumbre que en mis dos ojos estampó su huella el día en que, por cara menos bella no ver, debí privarlos de su lumbre, dejó lo que más quiero; que al relumbre avecé a mi razón sólo de aquélla, pues no ve más, y cuanto no sea ella odia y desprecia siempre por costumbre. En un valle cerrado todo en torno, que alivia el suspirar desfalleciente, entré con Amor solo, meditando. No allí mujeres, sino roca y fuente; y a ver la imagen de aquel día torno, que, donde mire, voy imaginando. |