Dos mares de Felipe Cambón Pereña
La culpa vive como viven los animales salvajes. Se beneficia del ruido de la lluvia o del murmullo de los coches que pasan. La culpa es lastre, acero caliente de olor dulzón. Es un fusil olvidado en lo alto de una estantería. La culpa sabe permanecer oculta, aguardar a la llegada de una señal. Pero un día salta y se te agarra a la piel igual que se incrusta una lapa sobre una roca frente al mar. La culpa es duda, es pausa. Lugar donde detenerse y soportar, hasta que muera, el vaivén de sus olas. |