NATASHA de Esteban Navarro
Desde que nos conocimos nunca me había dejado traspasar ese último tramo que había desde la esquina donde me daba un beso hasta la puerta de su casa. Yo nunca le dije nada, ni insistí. Alguna poderosa razón tendría para no querer mostrarme el lugar donde vivía, pero nuestro trayecto siempre acababa allí, en el mismo lugar. Ella se introducía en la oscuridad mientras el brillo de sus piernas se iba difuminando hasta que desaparecía.
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