Seremos recuerdos de Elísabet Benavent
Empecé a llorar con sigilo cuando llevábamos unos cuarenta y cinco minutos de película, ni siquiera recuerdo por qué. Al principio pude disimular secando las lagrimitas en cuanto nacían en mis ojos, pero la cosa se complicó cuando empezó a acercarse el final. Casi me ahogué en pucheros sordos y avergonzados hasta que la mano de Leo cogió la mía, dejó sobre ella un pañuelo de hilo y después apretó durante unos segundos mis dedos entre los suyos, en una caricia que venía a decir: «Llora tranquila». Y lo hice. Lloré tranquila [...] Leo no hizo burla de mis lágrimas, aunque esperaba todo lo contrario. El Leo con el que salí me hubiera hecho sentir incluso un poco mal y avergonzada.
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