Sólo el que transforma con su vida la de los demás es merecedor de llamarse profeta. Aunque la revolución sea llegar al borde de la locura. Leer a Limonov es tener una granada en tus manos. Puedes jugar con ella sin más. O puedes tirar de la anilla y lanzarla por ejemplo en tu trabajo, el lunes por la mañana, delante de tu jefe. O puedes escuchar cómo el fulminante culmina su cometido sobre tu regazo. Hagiografía no apta para cursis. Literatura. Y verdad, mucha verdad. |