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Ruido de fondo de Don DeLillo
Yo le digo que quiero ser el primero en morir. Me he acostumbrado tanto a ella que me sentiría desconsoladamente incompleto. Representamos dos perspectivas de una misma persona. Yo pasaría el resto de mis días girando sobre mis talones para dirigirme a ella y no encontraría a nadie: un vacío en el espacio y en el tiempo. Ella insiste en que mi muerte dejaría en su vida un vacío mayor que el que la suya produciría en la mía. Tal es nuestro nivel de argumentación —el tamaño relativo de oquedades, abismos y simas—, y en él mantenemos serias discusiones. Ella dice que aunque su muerte abriera un hueco en mi vida, la mía cavaría un abismo en la suya, unas fauces abiertas e inmensas. Yo contraataco con una profunda sima y un vacío. Y así seguimos hasta que anochece. El poder dignificador del tema es tal que nuestras discusiones nunca se me antojan estúpidas cuando las mantenemos.
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