Todos los días son nuestros de Catalina Aguilar Mastretta
Al principio —cuando el puro amor—, decíamos que habíamos tenido suerte de conocernos tan jóvenes porque nos conocíamos de verdad, nos sabíamos las mañas de antes de que tuviéramos el vicio de fingir para quedar bien. Pero no es cierto, porque al mismo tiempo éramos tan niños que no habíamos terminado de formarnos. Nos hicimos del roce con el otro. Hoy me veo y no sé qué de mí es mío y qué es de él. Qué de lo que odio en mí es su culpa. Los últimos meses, siempre temprano, despertaba sintiendo que todas mis mañas y malos modos eran hechos por él. Que odiaba tantas cosas de mí porque no eran mías, porque él me las había impuesto. Otros días, otras mañanas, sentía sus humores tan míos, tan cercanos a mi piel. Esa cercanía hizo que ya no quisiera despertar más conmigo, que yo ya no quisiera despertar más con él. ¿Qué fue primero? No hay manera de saberlo.
|