La cadena de hierro: Cazadores de sombras. Las últimas horas de Cassandra Clare
A veces, pensó, le gustaría poder rezar, como hacían otros nefilim, rezarle a Raziel, pero nunca había aprendido cómo hacerlo. Sus padres no profesaban la religión que seguían los demás cazadores de sombras: la adoración del ángel que les había hecho lo que eran, que los había obligado a un destino tan duro como la belleza, tan imperdonable como la bondad misma. Adorar a Raziel era como saber que siempre estarías separada, para bien o para mal, de aquellos a los que juraste proteger. Que incluso dentro de una multitud, podrías estar sola.
|