Casas vacías de Brenda Navarro
No siempre se odia. No todo el tiempo dan ganas de llorar. Sólo a veces los piquetes en el hígado se desatan a la menor provocación. Así como una mañana llegas a creer que todo puede ir mejor, otras mañanas no. Se pierde la esperanza y se vive con una pesadez estomacal que nada tiene que ver con la digestión. Un bulto entre el aparato digestivo, un bordo que no deja comer aunque tengas hambre, una rajada que no deja beber porque arde. No siempre se odia. No todo el tiempo dan ganas de llorar, incluso hay ocasiones en las que sonríes sin darte cuenta, o te echas carcajadas en la mente. Eso es lo más peligroso, carcajearse sin voluntad, porque son las alegrías las que más agujerean el pecho y los pulmones y por eso hay que repetirse: respira, respira. Una olla de presión que se mueve unos milímetros para que el vapor queme. El vapor quema, parece que no, porque no es fuego, porque no es sólido, pero quema y así son las risas mentales, un vapor que cuando sale quema y se expande y odias. Odias reír a pesar de ti.
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