El final de Las Hormigas, la fascinante novela entomológica de Bernard Werber, dejaba la puerta abierta a una continuación que por fin cayó en mis manos y fue leída con el mismo placer que la primera.
Es cierto que el argumento de El día de las hormigas (1992) ya no resulta tan sorprendente esta vez, aunque eso no le resta nada de atractivo. Necesariamente hay que leer la primera para entender la segunda, lo cual recomiendo vivamente.
De nuevo la narración se articula en dos líneas paralelas: una que transcurre en el mundo superior de los humanos y otra que lo hace en el de los insectos. Ambas tramas acaban convergiendo, aunque no del modo que uno espera durante toda la novela. ¡Hay sorpresas!
Ahora el diálogo entre hormigas y humanos gracias al invento de Wells (explicado en el primer libro) se intensifica y depara interesantes reflexiones como esta:
“Nosotros existimos con tamaños distintos. Somos diferentes, pero cada uno de nosotros ha construido una civilización inteligente sobre este planeta”.
En el mundo humano, el inspector de policía Jacques Méliès y la periodista Laetitia Wells se afanan por resolver unos misteriosos asesinatos que, por increíble que parezca, podrían haber sido cometidos por hormigas. Mientras, en el hormiguero de Bel-o-kan la reina ha ordenado una cruzada para acabar con todos los “dedos” del mundo, el nombre con el que conocen a los humanos.
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