De piedra y hueso de Bérengère Cournut
Desde hace unos días, la tundra se me antoja anormalmente desierta. Atravieso cauces de agua, observo rastros, huellas frescas y hasta excrementos —por mucho que barra el horizonte con la mirada, no percibo movimiento alguno—. Como si todos los animales se hubieran vuelto invisibles. Este silencio me pesa, mientras que a mi lado Ikasuk sigue protestando y gruñendo. ¿Estaré desviándome hacia el mundo de los espíritus?
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