Gozo de Azahara Alonso
LAS VACACIONES hace tiempo que no son lo que eran. Largos veranos en los que dilatábamos tiempo y espacios conocidos, en los que aún era posible (pagable) ser veraneante y ejercer el ocio de los niños hasta hurgar en la tierra de pura curiosidad o aburrimiento. Pero ahora tememos aburrirnos, entramos en pánico ante la idea de no aprovechar el tiempo libre y así lo convertimos en todo menos en eso. ¿Qué hacer cuando no se trabaja? Ojalá considerar de nuevo esta pregunta como una fantasía y no como una lista de tareas. Lo primero que deberíamos hacer es dejarnos llevar por cierta pereza - aunque es esta también una propuesta perezosa. Se trataría sobre todo de desaprender una orden, la que dicta que «nuestro ocio es para consumir o [..] tiene que ser productivo». Porque es cierto: el consumo vacacional -con su aparente lujo, su pompa cutre, con el espejismo de otro modo de vida, aunque se parezca tanto a este- es una versión más del trabajo. |