El rastro de Antonio Ortuño
La conservaba aún, al fondo de un cajoncito. La releía de cuando en cuando. No me sentía igual que cuando la escribí pero no me avergonzaba aún lo suficiente como para destruirla. “Debí llevarla al parque y dársela”, me dije de pronto. “Debí dejarle esa incomodidad en vez de quedármela”. No le di la cartita, claro, porque siempre fui cobarde. Pero lo pensé. |