El rastro de Antonio Ortuño
Me miraba con la fría desaprobación con que los gatos tratan a los siervos que se pretenden sus amos.
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El rastro de Antonio Ortuño
Me miraba con la fría desaprobación con que los gatos tratan a los siervos que se pretenden sus amos.
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El rastro de Antonio Ortuño
La conservaba aún, al fondo de un cajoncito. La releía de cuando en cuando. No me sentía igual que cuando la escribí pero no me avergonzaba aún lo suficiente como para destruirla. “Debí llevarla al parque y dársela”, me dije de pronto. “Debí dejarle esa incomodidad en vez de quedármela”. No le di la cartita, claro, porque siempre fui cobarde. Pero lo pensé. |
El rastro de Antonio Ortuño
En el fondo, debo reconocer, mi miedo consistía más bien en que la cartita quedara allí para siempre, crucificada en el corcho como testigo de mi fracaso.
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El rastro de Antonio Ortuño
El discurso amoroso se quedó inédito. Lo había completado, luego de varias sesiones, y lo había transcrito con sumo cuidado en unas hojas blancas que deposité en un sobre, blanco también, al que había colocado su nombre con letras recortadas de una revista.
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El rastro de Antonio Ortuño
Tardé en recobrarme y, al fin, luego de una temporada de absoluto abatimiento, logré recluirla en una suerte de desván mental: el cuartito de los cachivaches sentimentales, al fondo de mi estantería de autoconmiseración, junto a la orfandad, los recuerdos del año que estuve enfermo y los otros. Y funcionó hasta el día en que me la topé (…) lista para torcerme la vida de nuevo. |
El rastro de Antonio Ortuño
Lo siguiente es el temor, que no se va. Mientras no puedas constatar un final, es decir, la reaparición o muerte de quien buscas, todas las posibilidades están abiertas y todas son pésimas. Quieres pensar lo mejor y terminas, cada vez, en lo más bajo, en el escalón que te manda al charco de lodo. La esperanza de un regreso (que casi nunca sucede, que es un puro deseo de que en la vida haya magia, triunfo, justicia) alimenta el miedo con materiales más inflamables que las amenazas.
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El rastro de Antonio Ortuño
Pensar muerto a alguien que te importa es peor que una patada en la entrepierna. Sobre todo cuando la idea te asalta de repente, cuando no has sido preparado por una enfermedad previa, una amenaza o miedo anterior, cuando no lo esperas y el golpe llega así, seco y frío.
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El rastro de Antonio Ortuño
La primera reacción de alguien a quien le comunican una desaparición es no creerla. Uno se aferra a la esperanza de que haya un error, de que abriremos una puerta o marcaremos un teléfono y demostraremos que allí está el ausente, a salvo, que no hay peligro ni problema. La segunda, casi instantánea, es temer el peor de los finales.
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El rastro de Antonio Ortuño
Cuando hablamos de instinto tendemos a hacerlo para atribuirle las peores características. Por instinto molestamos a los otros, por instinto acosamos, por él reaccionamos como cerdos cuando se espera que nos comportemos como ángeles. Pero, a cambio, por él somos capaces de sobrevivir. De tomar una silla, como un domador de fieras, e interponerla ante unas fauces abiertas. Por el instinto somos capaces de recobrarnos y sostenerle la mirada al predador.
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El rastro de Antonio Ortuño
Los que fueron gigantes en nuestra infancia se reducen un día a simples viejitos, y aceptarlo es todo un reto.
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El rastro de Antonio Ortuño
Y luego me beso. Su boca sabía, como siempre, a felicidad pura, a fruta y a sol (eso anoté en mi libreta y tengo, incluso ahora, la absoluta certeza de lo que quería decir). |
El rastro de Antonio Ortuño
En medio de una tonelada de cosas que no estaba dispuesto a leer o leería mucho después, encontré, sin excepción, libros fascinantes (casi todos, en el fondo, iguales entre sí, pero qué importaba) sobre mundos raros, criaturas imposibles, civilizaciones apócrifas, héroes de primera, segunda o tercera pero siempre animosos, reyes fríos y despiadados y muchachas fuertes y admirables. La felicidad, quiero decir.
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El rastro de Antonio Ortuño
Cosa de timidez: me aterraba la necesidad de dirigirle la palabra a alguien por obligación.
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El rastro de Antonio Ortuño
(…) porque no hay mejor modo de recontar ciertas cosas que repasar las palabras e ideas con que intentamos entenderlas la primera vez.
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El rastro de Antonio Ortuño
Desaparecido él: jodidos nosotros. Si te falta alguien, no disfrutas la comida ni el agua, no vuelves a dormir un sueño cabal. Secuestrado. Desaparecido. |
El rastro de Antonio Ortuño
"No existen tierras extrañas. El viajero es el único extraño.” Robert Louis Stevenson |
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