El rastro de Antonio Ortuño
La primera reacción de alguien a quien le comunican una desaparición es no creerla. Uno se aferra a la esperanza de que haya un error, de que abriremos una puerta o marcaremos un teléfono y demostraremos que allí está el ausente, a salvo, que no hay peligro ni problema. La segunda, casi instantánea, es temer el peor de los finales.
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