El don del lobo de Anne Rice
—No causaré ningún daño a Laura —aclaró—. Laura no me ha pedido que le transmita el don. —¿El don? ¿Llamas a esto un don? Mira, soy un hombre imaginativo, siempre lo he sido. Puedo imaginar la libertad, el poder… —No, no puedes imaginarlo. Nunca lo harás. Te niegas. —De acuerdo, entonces sé que no puedo imaginar ni la libertad ni el poder y que deben ser más seductores de lo que pueda suponer en mis sueños más febriles. —Empiezas a entenderlo. Sueños febriles. ¿Alguna vez has deseado torturar a alguien que te ha hecho daño y que sufra por lo que te hizo? Yo hice pasar esa agonía a los secuestradores, y también a otros. |