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La juguetería mágica de Angela Carter
A principios del verano, Melanie le robó seis novelas intactas de Biggles, se las llevó en un viaje de un día a otra ciudad y las vendió en una librería de ocasión para comprarse unas pestañas postizas con las ganancias. Pero las pestañas falsas la hicieron llorar dolorosas lágrimas cuando trató de ponérselas y luego se negaron a quedarse en su lugar y se le escurrieron entre los dedos hasta la mesa del tocador como malignas orugas peludas dotadas de siniestra vida propia. La acusaban en silencio: «¡Ladrona!, ¡ladrona!». Eran el traicionero salario del pecado. Llena de culpa, Melanie las quemó en el hogar de su dormitorio, que raras veces se encendía. Era evidente que no podía usarlas porque había robado para conseguir el dinero con que las había comprado. Ese verano tenía muy desarrollado el sentimiento de culpa.
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