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La juguetería mágica de Angela Carter
La casa era de ladrillo rojo con tejados eduardianos y se erguía aislada en su propio terreno de media hectárea; olía a dinero y a cera para muebles perfumada con lavanda. Melanie había crecido rodeada de aquel olor a dinero y no advertía que ese olor inundaba el aire; pero en cambio sabía que por fortuna era dueña de un cepillo para el pelo con dorso de plata, una radio portátil y un traje de chaqueta de buena seda cruda, hecho por la modista de su madre, para ir a la iglesia los domingos.
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