Desde Osaka con amor de Ana Elena Martínez
¿Cómo será tocar el vacío? – pensó. Alcanzar aquel lugar físico y espiritual en el que no se siente absolutamente nada, solo una paz inquebrantable. Arrancar las emociones que la perturbaban de raíz, aniquilar los deseos y parar por unos instantes el motor que la obligaba a moverse de forma involuntaria obedeciendo el impulso vital de su cuerpo. Pensó en los monjes budistas y los ascetas que se sometían a duras pruebas para alcanzar la paz de espíritu. ¿Cómo podía ralentizar ese impulsor ciego que era su vida? No tenía respuestas, ni siquiera tenía claros los motivos que la empujaban. Solo una fe ciega que la obligaba a seguir hacia algún lugar, como una hormiga soldado que obedece a una única función con los parámetros bien definidos, desvivirse por el bien de su reina. Lo único que le daba fuerzas era el hecho de saber que tenía que seguir recorriendo ese camino desdibujado e incierto sin importar el qué. Al final tendría que llegar a alguna parte. |