Las mujeres de Federico de Ana Bernal-Triviño
- Quítate tú la losa, aunque pese y cueste! ¿Y por qué es la culpa solo tuya?! ¿Por qué es la culpa siempre nuestra?! ¿Por qué no pudo ser de ellos la culpa? ¿Por qué solo sabían hablar con cuchillo en mano? ¿Por qué ese orgullo altanero y egoista? Se peleaban por ti como si fueras una propiedad, una de sus tierras. ¿Por qué no reconocía cada uno cuánto te quería? Y sé que el amor puede ser bien ciego y terco y obstinado y salvaje. Y les entiendo a ellos, atados de pies y manos porque sin casarse no son hombres que se vistan, pero la honra solo sirve para el ojo por ojo y bañar todo de luto. No cargues tú con todo porque no es justo. Tú no les clavaste ese puñal. -Pero fui el puñal de su desdicha. ¡Maldito el día! La Novia rompió a llorar, casi en silencio. |