La loca de la puerta de al lado de Alda Merini
Hay un estado de traslación de los sentidos, de dudosa voracidad de la mente, en que el alma sedienta de amor abre la boca de par en par como un niño enfermo que pide un soplo de vida. Los verdugos vertían veneno en nuestra hambre desmesurada y penetrante. Entonces, Richard se metía una flor en la boca y me la daba como alimento ya masticado por el vicio. A causa de aquel pedazo de pan, de aquella esponja de agua empapada en vinagre, yo estaba enamorada y trastornada.
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