La loca de la puerta de al lado de Alda Merini
Nuestro lenguaje, que era el lenguaje común del amor, lo concebíamos como un esperanto extraño, un idioma diferente que, de hecho, ni él ni yo conocíamos: la noticia recién llegada de un amor inexperto. Éramos dos muchachotes gordos abrigados por una mano de hierro, la voluntad de los demás. Pero nuestra limpieza moral era tan grande que, incluso en mitad de esos horribles tormentos, ni Titán ni yo nos dábamos cuenta de que la vida era algo que daba escalofríos.
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