Las hijas de la tierra de Alaitz Leceaga
Me fijé en la manera en que Rafael sostenía el libro entre sus manos bronceadas: no era nada para él. Comprendí entonces que mi hermano nunca entenderá el verdadero poder de las historias: el poder para cambiar nuestro modo de entender el mundo. Rafael ni siquiera tenía miedo de lo que pudiera poner en sus páginas o del impacto irreversible que las palabras de su autora habían tenido en ni. El libro era sólo un objeto insignificante para él
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