Ojerosa y pintada de Agustín Yañez
Si todos vinieran de cuando en cuando a verse retratados, a contemplar sus vidas en las aguas negras, y se pusieran a reflexionar, otra sería la historia de la ciudad, como en el caso de aquel que se hizo santo al mirar el cadáver putrefacto de la reina en cuyo servicio se había desvivido. Confesor, juez, profeta, y por esto, para muchos, loco.
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