El pantano de las mariposas de Federico Axat
—Sam, yo… ¿te gusto? —preguntó tímidamente. —¿Qué? —Forcé una sonrisa, negando con la cabeza, como si aquella pregunta fuera el disparate más grande que hubiera escuchado en mi vida—. Eso es ridículo, no tiene sentido. Eres mi amiga. Intenté dotar a la frase de una convicción casi indignada, pero todo se fue al garete cuando algo en mi interior se quebró. Fue algo explosivo, como si las jarcias de un barco se rompieran todas al mismo tiempo y las velas aletearan descontroladamente. Perdí el control. Miranda se acercó más y volvió a abrazarme. Ahogué el llanto en su cabellera, mientras ella me aferraba con fuerza. —Nunca más volveré a preguntártelo —me decía mientras me pedía perdón una y otra vez—. No hace falta que hablemos de ello, nunca más. Permanecimos así durante mucho tiempo. Cuando las lágrimas cesaron encontré que la oscuridad que me proporcionaba el abrazo de Miranda era reparadora, y seguir junto a ella me pareció la mejor idea del mundo. No pensé en qué le diría a continuación, o en cómo serían las cosas de ahí en adelante, simplemente me dejé llevar por lo que más quería en ese momento, y eso era abrazarla y dejarme abrazar. Esta vez, mis brazos hicieron más que la vez anterior y rodearon el delicado cuerpo de mi amiga, estrechándolo con fuerza. Todo iba a estar bien, pensé. Entonces advertí cómo Miranda, sin soltarme —ni yo a ella—, estiraba uno de sus brazos y le daba cuerda a una de las manivelas de la caja de música. La melodía hizo que nos meciéramos ligeramente. |