Doña Perfecta de Benito Pérez Galdós
Pepe Rey solía emplear, a veces, no siempre con comedimiento, las armas de la burla. Esto casi era un defecto a los ojos de un gran número de personas que le estimaban, porque aparecía un poco irrespetuoso en presencia de multitud de hechos comunes al mundo y admitidos por todos. Fuerza es decirlo, aunque se amengüe su prestigio: Rey no conocía la dulce tolerancia del condescendiente siglo que ha inventado singulares velos de lenguaje y de hechos para cubrir lo que a los vulgares ojos pudiera ser desagradable.
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