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Crítica de Noni


Noni
19 August 2021
Leer a Zweig siempre es una delicia, y esta vez, aunque brevemente, no iba a ser menos. La obra está inconclusa porque, harto de asistir a la bestialidad y la mediocridad del ser humano, cansado de esperar que Europa volviera a surgir grande, culta, y pacífica, exiliado en Brasil, se quitó la vida.
Y es en esos momentos, precisamente, cuando la figura de Montaigne le es imprescindible, acaso para justificarse a sí mismo, en medio del fanatismo y la destrucción, como se puede leer en el prólogo.
El autor retrata al francés ilustre como una persona ensimismada en sus libros, sus escritos, poco dado a la vida social, al matrimonio, a las relaciones humanas (aunque al final de sus días se le relacione con una jovencita Marie de Gournay, y en su juventud sintiera una pasión desmedida por su amigo la Boétie) aún mucho menos a la política (fue nombrado alcalde de Burdeos) y sus mezquindades, porque no la entiende sin un sentido de conciliación y tolerancia, ésta última poco frecuentada por la sociedad francesa (europea) del siglo XVI, cargada de asesinatos, guerras, convulsiones sociales... No es extraño que decidiera recluirse en su torre, rodeado de libros, la verdad.
Escrito sin apenas material de documentación, de lo que se queja el autor, Zweig compone un retrato humano soberbio, muy a su estilo, donde la magnífica y elegante prosa delinea con pasión la vida y la obra de uno de los más grandes pensadores que ha dado Francia, cuyo pensamiento, a pesar incluso de él mismo, permanece en las mentes más libres. Haciendo uso de sus propias palabras: "Hay que reservar para uno mismo la libertad del alma y no hipotecarla salvo en contadas ocasiones, cuando lo creamos oportuno".
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