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Crítica de Ros


Ros
24 April 2023
Stefan Zweig es una mente lúcida, reflexiva y crítica que se va a ir desvaneciendo en la medida que lo obtuso, lo torpe y la sinrazón van ocupando puestos de privilegio, dogma, hegemonía y locura.

En primer lugar, entre sus iguales y luego, más tarde, corrompiendo las cabezas y los corazones del ser humano común que venía desenvolviéndose en un entorno de orden, al dictado.

Una fórmula que les hacía sentir seguros y que les permitía observar un futuro de cielos limpios en el que el progreso, la paz y la seguridad se daban por sentado.

“La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad” Esta frase, atribuidla al senador estadounidense Hiram Johson en 1917, fue pronunciada durante la Segunda Guerra Mundial.

La muerte súbita de la verdad permanecerá vigente y en expansión constante, durante los períodos de vigencia de las dos grandes guerras del siglo XX.

Todo miente y todos mienten, los gobiernos, los militares, los estrategas, los periódicos, los tribunales de justicia con sus togados, los embajadores, los mediadores, también los ciudadanos mienten al pasear su ceguera oportunista y su ignorancia interesada por las calles, muy a menudo, adornadas con banderas que ondean con el viento leve, anunciando despreocupación y fiesta.

Una constante en la vida. La ciudadanía se inunda con esa propuesta de felicidad obtusa y se viste con su mejor ropa para ocupar su sitio al que creen que tienen derecho en bares, restaurantes, salas de concierto, teatros y demás lugares o espectáculos que puedan distraerlos de la realidad y despreocuparlos aún más.

Todo esto producirá en Stefan Zweig y las mejores y más lúcidas cabezas del momento, perplejidad, impotencia y rabia.

Podemos afirmar con George Orwell que “ver lo que se tiene delante exige una lucha constante”.

Todos los paraísos de Stefan Zweig parecen ser el mismo paraíso, el humanismo, la libertad, la justicia, la idea de igualdad, la empatía y todos aquellos atributos que nos hacen humanos.

La vida de Stefan Zweig y de muchos de sus conocidos, quedó atrapada en la sinrazón de las dos guerras mundiales del siglo XX.

Asistió junto con muchos otros a la macabra fiesta de la incompetencia de los gobiernos y en cierta medida también, de la sociedad de su tiempo.

El ser humano soporta con dificultad manifiesta altas dosis de realidad, de verdad. Zweig nunca renunció a la clarividencia, entró con pensamiento decidido a la mansión de los horrores, entró, escuadriñó en todas sus estancias, miró viendo y lo escribió en su Diario, en sus escritos, en los manifiestos que impulsó, en las conferencias que dio y cuanto pudo manifestar a sus conocidos y amigos.

El terror que desencadenan las guerras tienen nombre y destino, primero caerán sus víctimas primarias como efecto de la maquinaria guerrera en el campo de batalla.

Posteriormente, harán fortuna el hambre, la inseguridad, la pobreza, la miseria moral, las delaciones, el destierro,… Todos estos males y otros muchos serán las crudísimas consecuencias del dictado de postguerra.

Stefan Zweig denunció tanto como pudo y se le permitió, que, alcanzar el estado de barbarie iba a ser harto fácil, pudo comprobar como la potencia del conocimiento y humanismo iba decayendo sin remisión, cada vez que la locura de la guerra y su barbarie iba creciendo.

Stefan Zweig no consiguió salir con vida de esa contienda criminal e inútil, no feneció en un campo de batalla ni como consecuencia de una bomba o su metralla. Stefan Zweig lo hizo en la soledad fría del descampado herrumbroso de la ignominia y el desamparo.

Personalmente, observo que puede ser pertinente en la obra de Zweig, marcar dos tiempos muy definidos, la paz y la guerra. Durante el tiempo de la paz, aparece el deseo de organizar su tiempo para ganar en eficacia y trabajar satisfactoriamente.

Escribe sin descanso todo tipo de géneros, disfruta de paseos, recibe a sus amistades, acude a todo tipo de eventos culturales, lee a sus amigos y mantiene contacto epistolar con muchos de ellos.

En tiempo de guerra, se desespera por la ausencia de buenos políticos y líderes capaces de olvidar sus propios intereses de clase y estratégicos.

Se rompe desconsolado con todas las noticias que llegan del frente, tiene que enfrentarse a una constante indefinición de los acontecimientos, ya que aquello que se afirma por la mañana se puede estar poniendo en cuestión, e incluso negándose, por la tarde.

Todo esto lo tiene sumido en una especie de pentimento, en el que continuamente, se ve forzado a modificar líneas, fronteras y dibujos geopolíticos.

Los muertos en campos de batalla, los civiles que sufren la misma suerte en las ciudades y caminos y estos, o no se saben contar o no se quieren contar.

Nos enseña didácticamente, al tiempo que con profundidad, cómo se establecen las alianzas y las rupturas.

El autor nos hace un retrato profundo de lo que fue la primera y la segunda guerra mundial.

El estupor no murió en las dos grandes guerras, el estupor es el baile de Sísifo.

En esta obra, el autor negará, con rotundidad, la utilidad de la guerra y la estafa que supone para la totalidad de las poblaciones y de los países.

Poderosa lectura .
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